María es una joven mujer del pueblo zapoteco que su corta vida ha estado marcada entre la discriminación y violencia. Nacida en la comunidad de San Pablo Güilá en Oaxaca, desde muy pequeña fue arrebatada de los brazos de Eva su madre. Esto después de que decidiera denunciar los abusos que sufría por parte de su pareja. A punta de amenazas, las menores fueron arrebatadas de su madre, quedándose a cargo de su progenitor. Pareciera que el único objetivo del padre era obtener la custodia de sus hijas, como vendetta. Siempre fue omiso en el cuidado de las menores y en su educación, su vida se iba entre alcohol y otras parejas. Mientras tanto María y su hermana Daniela se quedaron en el abandono total. Eva fue obligada a migrar a Estados Unidos pues tenía clara la advertencia de que pagaría con su vida si se atreviera volver al pueblo por sus hijas. El olvido cobró factura en la vida de las pequeñas. María a sus escasos 13 años resultó embarazada de un compañero de la escuela, había sido la única persona que le brindó el cariño que tanto necesitaba. Desde que se conocieron hace un par de años, él era su refugio ante la vida que le tocó.
Entre el temor y la emoción, María tomó la decisión de continuar con su embarazo. En abril, nació el pequeño Diego, cómo le dicen de cariño. Sus juventud no ha sido impedimento para demostrarle todo el amor que le tiene. A su corta edad, este duro golpe de realidad, la ha hecho más responsable. Sabía que es importante que Diego tenga su identidad y se sienta orgulloso de sus raíces zapotecas. En la oficina del registro civil de su pueblo en Oaxaca, le dijeron que no era posible que una persona tan joven registrara a un hijo. No le dieron ni el sustento jurídico, ni mucho menos le mostraron un documento que lo mencionara. Tan solo se limitaron a cerrar la ventanilla de atención. En muchas comunidades indígenas el negar el registro a los hijos de una menor es la forma que las autoridades han encontrado para disminuir cifras que avergüence a los gobiernos. “Con las cruzadas que han hecho para revertir los matrimonios infantiles, ha sido una regla no escrita el obstaculizar el proceso de registro de hijos e hijas de mujeres menores de edad, para simular que está erradicando la maternidad infantil. Esto solo nos marca que no se está atacando las causas, sino solo se quiere tapar las cifras a como dé lugar”, menciona Arón Díaz abogado de Tlachinollan.
Pareciera que el caso de María es el único pero no. En Metlatónoc en la Montaña de Guerrero, se encuentra Guadalupe, una mujer del pueblo Ñuu Savi que nació en los años treinta. Entre lo complejo del panorama político de aquellos tiempos y la marginación de una de las zonas más olvidadas de México vivió su infancia. Desde muy pequeña quedó huérfana. Guadalupe “fue recogida” por una de sus tías que vivía en Yerba Santa en Xalpatláhuac; esto hizo que supiera poco de sus padres y mucho menos tuviera opción de estudiar. Cómo si fuera poco, es bien sabido que las comunidades indígenas se rigen por usos y costumbres, es por eso que los convencionalismos occidentales han tardado en llegar. Los Principales o los Comisarios son las personas encargadas de hacer valer la justicia y son los que llevan el registro de quienes habitan en las comunidades. En esas zonas tan inhóspitas fue tardío la incorporación de un registro civil; pero el gran problema que siempre se ha sufrido, es la dificultad para acceder a estos municipios. Lo que provoca que personas como Guadalupe no pudieran tener un acta de nacimiento, sino hasta principios del año 2000.
La situación es más compleja de lo que parece, pues a la larga la falta de documentos de identidad conlleva otros problemas. De eso se dio cuenta muy tarde Guadalupe, que ante la desesperación de volver a ver a su hija Margarita, intentó sacar su pasaporte pues desde muy joven esta migró a Nueva York. El trámite fue imposible. Los requisitos para obtenerlo fue cuesta arriba, al no contar con estudios y tampoco con mayor documentación de sus padres, casi era nula esta opción. Se entristeció; fue cómo si su hija se hubiera ido de nuevo. La esperanza de volverla a ver y conocer a sus nietos se hizo más lejana. El deseo de poder abrazarla la hace mantenerse firme a sus más de 80 años. Ella no pierde la fe que pronto conocerá a su nieto el militar. A Guadalupe, la mujer de pelo blanco que la mayor parte del tiempo esta postrada en una cama, le brillan los ojos cuando habla de un posible reencuentro con su amada hija.
En esa misma entidad se encuentra Juan, un niño del pueblo Mè’pháá que sus padres lo dejaron a cargo de su abuela, para ellos buscar un mejor futuro en Estados Unidos. El mundo de Juan era su pueblo, San Juan Puerto Montaña en Metlatónoc. Una comunidad enclavada en lo profundo de la Montaña. Su vida era su hermano Francisco y su pequeña hermana Sofia. Además de ir a la escuela, Juan formaba parte de una banda de viento del pueblo, donde tocaba la trompeta. La falta de oportunidades educativas en la región, además de la creciente incursión del crimen organizado en diversas zonas de la Montaña, han hecho que sea complejo para los jóvenes vivir. Ante ese escenario su padre, decidió buscar alternativas para reunirse con su hijo. Habló con los abuelos y con la madre de Juan, les hizo ver que lo mejor era buscar que Juan llegará a Nueva York. El padre de Juan comenzó a preparar el viaje, pues se enteró que existen beneficios para los menores indígenas en la unión americana.
Juan llegó a Tijuana donde tuvo una entrevista con la organización Al Otro Lado. Ellos le comentaron sobre el procedimiento de la visa de juvenil. Le dijeron que tenían que esperar unas semanas en aquella ciudad antes de que fuera entregado a las autoridades migratorias en EUA. Pasaron los días y Juan empezó el proceso. Después de seis semanas Juan volvió abrazar a su padre, que por más de diez años no lo había visto. Reconoció la sensación de cariño y protección, pensó que la vida es injusta porque a pesar de que en San Juan tiene a sus hermanitos, la violencia y el hambre se la arrebató, pero el migrar también le devolvió a sus padres. Sabe que ahora tendrá mejores oportunidades en este país, pero eso no quita el dolor de que su vida esta partida en dos lugares.
Las historias como las de Guadalupe, María o Juan son comunes. Todas ellas se han desarrollado en regiones pobres. Estas narraciones reflejan las carencias tan profundas y el olvido que viven las comunidades indígenas, que muchas de ellas, encuentran en la migración la única opción para una mejor vida. Lo irónico es que los pueblos indígenas de México nos han dado lecciones de dignidad en todas las luchas que han emprendido. Sus articulaciones siempre han priorizado el bien común, así como el consentimiento libre, pleno e informado, pues estos son principios rectores de su cosmovisión. Se han abierto camino en el escenario público y, sobre todo, en el político. Codo a codo han hecho valer su voz y sus derechos. Esto a pesar de que por siglos han sido menospreciados y vapuleados. Los levantamientos de las poblaciones indígenas en diversas zonas de México han sido un punto de inflexión en nuestra historia. Su resistencia ha cruzado fronteras, se ha permeado en la cultura de otros países ,- de una forma tan sutil -, que casi no se dan cuenta. Celebran sus fiestas, sus santos y muestran sus tradiciones a lo largo y ancho de la unión americana. En lugares como Nueva York, Los Ángeles y Chicago, se celebra a lo grande el día de los pueblos indígenas e inclusive se han impulsado acciones para el reconocimiento y preservación de las lenguas.
Pareciera que todo es miel sobre hojuelas, sin embargo, estas historias nos dejan ver que dista mucho de esto. Guadalupe, María y Juan nos muestran las carencias, la falta del reconocimiento de los derechos humanos y, sobre todo, que los programas sociales siguen sin revertir el atraso histórico en servicios, educación y empleos que viven las comunidades. Sin alternativas ante un sistema que los ha orillado a migrar, nacen acciones como PUCOMIT que es un proyecto que trata de unir a las comunidades indígenas separadas por las fronteras, cómo una forma de resistencia y de reconocimiento a los pueblos pues su gente, gracias a la migración, ha engrandecido a sus economías. Su esfuerzo representan el sustento de miles de familias, que de lo contrario no tendrían alternativas. PUCOMIT nace de la exigencia de una realidad más incluyente, que les permita luchar a los pueblos por un mundo más justo.