Esperanza para los migrantes de la Montaña

Por Fabiola Mancilla Castillo

Beato nunca imaginó que aquella tarde cuando salió de su comunidad en Metlatónoc en el estado de Guerrero, su vida cambiaría por completo. Beato es un hombre del pueblo Ñuu Savi que con todo en contra construyó un futuro en un país extranjero. Es uno de los 8 hijos de doña Guadalupe, que al morir su esposo y padre de sus hijos, se las vio muy difícil para seguir cuidándolos. Beato cómo muchos niños de la Montaña, en varias ocasiones su única comida fue tortilla con sal, pocos eran los días que podía comer carne o frijoles. Ante la pobreza en la que se encontraba y al ver que su madre no podía mantener a sus hermanos, decidió migrar. Dejó atrás sus estudios de secundaria y con ello su sueño de ser maestro o cantante, “cantó muy bien, a veces en las fiestas me echo mis canciones en Tu un Savi o en español”, lo menciona Beato con mucha añoranza en los ojos de lo que puedo ser.

Cruzó el desierto y después de varios días llegó a Virginia donde se encontraban dos de sus hermanos. Por su corta edad, y ante la imposibilidad de encontrar trabajo, decidió inscribirse en la escuela secundaria pero no la concluyó pues la vida de un indocumentado siempre es priorizar la sobrevivencia propia y la de su familia. Trabajó de todo; en la construcción, en una fábrica empacadora de cigarros, hizo limpieza para hoteles, lavó platos en un restaurante chino y fue ahí donde la vida le dio una señal, “mis patrones no podían pagarme y me regalaban cosas, con esto me iba a los mercados de pulgas para vender lo que me daban”. Fue ahí cuando, se le ocurrió la idea de comprar y vender máscaras de luchadores, así como otros productos mexicanos, “Mi padre nos enseñó lo que es el comercio, por eso no me daba pena vender en las calles”. Logró juntar dinero para comprar un carro de comida, sin saberlo, esto lo impulsa para ser el líder que es ahora en su ciudad. “Vendí comida en las calles, luego pensé lo mucho que extrañaba las tortillas que me hacía mi mamá en el pueblo, y fue cuando me imaginé tener la primera tortillería mexicana en mi Richmond y en el 2014 lo logré”. Sin pensarlo, Beato fue un pionero en aquel estado. No cabe duda que la vida da vueltas, pues de ser un niño que no tenía para comer en su comunidad, ahora es uno de los empresarios mexicanos más reconocidos en Virginia. Es propietario de tortillerías, tiendas y restaurantes, todos ellos con el particular estilo guerrerense y mexicano.

Sin duda alguna la historia de Beato nos muestra cómo se puede materializar el tan anhelado sueño americano, pero por desgracia no es la realidad de todos, para muchos se vuelve una pesadilla. La discriminación, la violencia, la desigualdad y sobre todo el estigma de ser un indocumentado es algo que cargamos las y los migrantes mexicanos en nuestras espaldas. Muchas de las veces nunca más volvemos a ver a nuestras familias y el dinero que con tanto esfuerzo ganamos, rara vez lo vemos materializado en nuestras comunidades de origen. Todo se va en mandar remesas y sobrevivir en un país donde nunca nos valorarán, pues para ellos tan solo “es el ilegal”. Si bien nos va, regresaremos a nuestros pueblos o comunidades, donde tal vez emprendamos un pequeño negocio para terminar nuestros días en la tierra que nos vio nacer. Siempre divididos. Siempre nuestra mente en dos realidades.

Todo eso lo sabe Beato, es por eso, que no pierde la fe en ayudar a su comunidad y apoyar a sus hermanas y hermanos mexicanos que han migrado. Muchos de ellos desplazados por la pobreza, la seguridad o simplemente porque no han tenido más remedio que salir de su país. Sabe en carne propia lo que vivir en la desigualdad de un sistema económico, en donde a veces es tan solo tener la suerte de nacer en cuna de oro sin tener que esforzarte, o cómo le tocó a él, en donde lo normal es tener hambre todos los días. Beato conoce la tristeza de ver morir a su gente y ha vivido impotencia de que las autoridades no hagan nada por los indocumentados. Es el mismo sentimiento que tiene al regresar a su comunidad y ver que la pobreza que lo obligó a migrar, sigue presente. “Me duele mucho ver a los niños sin zapatos y con hambre, me recuerda a mí infancia. Yo pensé que con el tiempo todo sería diferente, pero no es así. Parece que solo quieren que nos vayamos y mandemos dinero, pero los gobiernos no hacen nada”. Son las palabras de Beato, al volver a Metlatónoc. “Yo quiero ayudar a mi gente, quiero poder hacer un cambio y que los niños y las niñas no piensen que migrando es la única forma de salir adelante. Allá se sufre mucho”. Estas palabras no las dice en vano, hace unos días fue encontrado muerto su amigo Salvador Vitervo Ortiz, que duró desaparecido en Virginia y gracias a la presión de la comunidad mixteca se dio con su paradero. “Es por eso que quiero trabajar para el bien de todos, que allá en Estados Unidos, sepan que pase lo que pase estaremos juntos luchando y que aquí en México también”.

Beato nos hace entender que la única esperanza que tienen las comunidades en mayor situación de vulnerabilidad, vendrá de su propia organización comunitaria. Ningún gobierno entenderá lo que es nacer y crecer en estos lugares olvidados, donde se aprende a ser feliz contra toda adversidad. Ninguna promesa de campaña será suficiente, pues autoridades vendrán y se irán, y muy probablemente no se verá el cambio en la región. Beato y su gente lo sabe y sabe que ellos allá en el norte, han aprendido a estar juntos, sin importar lo que pase. Es la única manera de ser escuchados y lograr que los cambios se hagan posibles. “Caminar juntos será la esperanza para que las y los migrantes de la Montaña seamos tomados en cuenta”, estás sabias sintetizan el inicio de muchos movimientos de migrantes guerrerenses en Estados Unidos, cómo el del Pueblo de la Lluvia en Richmond, Virginia; los Deliverystas en Nueva York; el colectivo de intérpretes indígenas y los grupos culturales que ponen mantienen vivas nuestras tradiciones, tomando como base los principios y valores comunitarios. Ellas y ellos son la esperanza para las y los migrantes de la Montaña que viven en la unión americana.


Foto de Austin Kehmeier en Unsplash. Imagen ilustrativa.

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