Desde muy pequeño, Miguel supo lo que era ir contra corriente, toda su corta vida ha sido cuesta arriba. Ésa es la realidad de muchas niñas y niños de la Montaña de Guerrero, donde la única opción es sobrevivir; los sueños y juegos de una típica infancia se desdibujan, ante las secuelas del hambre y el abandono estructural. En esta región el típico discurso de que “echándole ganas”, las cosas se logran no tiene el mismo peso que cuando naces con miles de privilegios. A pesar de ello, Miguel un niño de siete años del pueblo Ñuu savi se ha rebelado, pues no ha aceptado lo que estaba marcado por decreto desde su nacimiento.
Miguel es el pequeño hijo de la señora Paulina, una mujer que ha sido madre y padre a la vez. Su familia está conformada por sus tres hermanas: Luz, Isidora y María, y por supuesto su pequeña sobrina Danae que es su acompañante en miles de travesuras. La vida de la señora Paulina cambio después de que su esposo Ernesto falleciera, pues en el imaginario colectivo en ciertas comunidades las mujeres se vuelven más vulnerables al no tener un hombre en sus vidas para que las cuide y guie su camino. Esta situación dejó la puerta abierta para agredieran a Paulina. Ella fue violentada en su comunidad afectando severamente su salud y su integridad. Como si esto no fuera suficiente, la familia de su ex esposo al considerarla indigna la señaló y criminalizó, posteriormente la corrieron de su hogar junto con sus cuatro hijas y el pequeño Miguel. Ante la apremiante situación no tuvo más opción que partir a Estados Unidos, para poder alimentar a su familia, dejando a Miguel de apenas seis meses de nacido.
Mientras tanto en la Montaña las hijas mayores de Paulina se cuidaban entre sí, y sobre todo, al pequeño Miguel. Los meses pasaron y Miguel comenzó a enfermarse sin razón, la familia tomo la decisión de que tenía que ir al médico. El diagnóstico fue perturbador, Miguel padecía la misma condición que le costó la vida a su padrastro. La familia ya estaba acostumbrada a navegar contracorriente, sabían que juntas podía vencer cualquier adversidad. Miguel continúo su andar y entre hospitales y el cariño de sus hermanas creció añorando los brazos de Paulina. Poco a poco Isidora y María ante la complicada situación económica, tuvieron que seguir los mismos pasos de su madre, migraron a Estados Unidos buscando mejores oportunidades. Luz y Miguel se quedaron en la Montaña. A los pocos meses Luz tenía una gran noticia para Miguel, pues pronto llegaría su compañera de vida Dannae, que desde que abrió los ojos ha sido su confidente y su hermana.
Pareciera que la vida estaba siguiendo su curso normal, pero tan solo era cuestión de tiempo que se volviera encaprichar con el querido Miguel. Las noticias del norte le decían que su madre estaba muy grave en el hospital, pues entre las intensas jornadas de trabajo, la deficiente alimentación y un cansancio agudo, Paulina fue internada por varios meses en una clínica en Nueva York. El diagnóstico no fue alentador. Luz, la hermana mayor y la cuidadora de Miguel, decidió pedir ayuda para acompañar a su madre. Acudió a Tlachinollan y pidió hablar con los abogados, ellos sin premura la vincularon con organizaciones en aquel país para que les apoyaran a volver a estar juntos.
Por su parte, Miguel continuó enfrentando su condición en Tlapa, la falta de medicamentos, así como hospitales con la infraestructura necesaria, además de la profunda corrupción que impera en la región, provocó que su vida se pusiera cada vez en riesgo. Luz, también denunció esto ante Tlachinollan, pero los funcionarios del Hospital General solo se limitaron a negar esta acusación. Cuestionaron los señalamientos de Luz, omitiendo que en más de una ocasión la obligaron a firmar de recibido los medicamentos para el pequeño Miguel, sin que lo hubieran hecho. Ante la desesperación y el abandono Luz tomó la decisión de llevar a su hermano a la ciudad de México para tener una mejor atención. Por fortuna, logró ser canalizado al hospital infantil de esta ciudad, en donde fue valorado médicamente Miguel y aceptaron seguir su atención.
La suerte parecía volverle a sonreír, pues ya tenía su medicación y podía continuar viviendo su infancia como su madre lo hubiera deseado. Los altos costos de los traslados hasta la ciudad de México comenzaron afectar la situación económica de la familia. Luz tenía muy claro que si seguían en la Montaña, Miguel tendría que batallar entre su salud y la falta de dinero que estaba viviendo su familia. Luz no lo pensó más, tomó a los dos niños, unas cuantas maletas y emprendió el viaje a Tijuana. Fue un domingo en la noche que por última vez, vio a su Tlapa querida, supo que no sabría cuando volvería a ver los cerros de Guerrero y aquel cielo estrellado de su hogar.
Después de tomar varios camiones y un avión, Luz, Miguel y Danae lograron llegar a Tijuana para comenzar el proceso de reunificación. Fueron recibidos por integrantes de la organización Al Otro Lado, los asesoraron y al día siguiente se entregaron a las autoridades migratorias de Estados Unidos. Por fortuna, Luz y Danae lograron permanecer juntas y les fue otorgado el asilo, sin embargo, el pequeño Miguel tuvo un destino distinto pues fue separado de su hermana y su sobrina. Miguel al no estar acompañado de su madre o padre, fue llevado a un albergue para que una extraña lo cuidará. Parece irónico que los gobiernos piensen que personas extrañas saben mejor como atender que la propia familia. Causa impotencia saber que las decisiones que toman unos cuantos sobre la vida de otros, se hace a partir de un escritorio.
Miguel fue llevado a Nueva York al siguiente día de haber sido separado de su hermana y su sobrina en los centros de detención en San Ysidro, California. La familia tuvo noticias de Miguel por una llamada telefónica, les fue notificado que el menor se encontraba en un lugar de acogida temporal y que era necesario comenzar el proceso de custodia por parte de madre. Paulina no supo cómo sentirse, por un lado sabía que la decisión de que sus hijos y su nieta vinieran a Estados Unidos fue la mejor, pero por otro lado, se enfrentaba al calvario de la separación.
Pasaron los días Miguel se comunicaba dos veces a la semana con la familia, en cada una de sus llamadas hacía saber que no estaba en un espacio que lo procurarán ni mucho menos entendieran lo que estaba pasando. Miguel mencionaba que la medicación que le daban no era la correcta, además de esto no estaba acostumbrado a la comida, pues en su pueblo todo era muy diferente. La salud de Miguel empeoró, por más que la familia buscó apoyos sabían que el gobierno de la unión americana no entiende de temas del corazón. Tocaron mil puertas para exponer el caso de Miguel, desde periodistas hasta oficinas de gobierno. La suerte volvió a sonreír, cuando llegó el caso a Sam una mujer de origen dominicano que ha trabajado de la mano con las luchas en el Bronx en Nueva York. Al saber del caso de Miguel se conmovió y de inmediato se comunicó con la familia para ponerse a su disposición. “Nosotras y nosotros los hispanos sabemos lo difícil que es vivir en este país, en donde las leyes en muchas de las ocasiones no nos favorecen y nos invisibilizan. Este es un gran problema y nuestra única opción es unirnos para hacerle frente”. Fueron las palabras de Sam cuando habló con Luz y Paulina. Les comentó que referiría el caso a la oficina de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, integrante de la cámara de representantes de Estados Unidos, que al saber de esto no dudó en ponerse en contacto con la familia para tomar cartas en el asunto. Pareciera que fue magia pues tan solo dos días después de que la oficina de la congresista Ocasio- Cortez mostrará su preocupación sobre Miguel al departamento de Reasentamiento de Refugiados en Nueva York, el niño fue devuelto con su hermana, su madre y su sobrina.
40 días Miguel estuvo con extraños que no entendían ni su lengua ni su forma de concebir al mundo. La cosmovisión de las comunidades indígenas no sabe de las leyes occidentalizadas. Ellas y ellos solo sienten como son despojados de su vida y de su tierra, los pueblos viven las consecuencias de un mal sistema económico que los pone siempre al final, sin respetar sus derechos ni tomados en cuenta. Miguel es un claro ejemplo de la dignidad y casta con la que viven las comunidades indígenas, que a pesar de las adversidades resisten con la frente en alto. Este pequeño guerrero nos ha dado un ejemplo de vida, pues ante las adversidades no se arrenda, al contrario mira de frente y con la cara en alto.
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