La falacia del sueño americano

Por Fabiola Mancilla Castillo

Más de 3 mil 400 kilómetros viajó don Jesús para regresar con los suyos, su familia sabía que vivo o muerto lo tendrían de vuelta a su querida Tlapa. Nunca imaginaron que en una pequeña urna azul regresaría su hermano; muy alejado de la idea del migrante triunfador. En cambio sus hermanos y hermanas tuvieron que enfrentarse a reconocer a Jesús por una fotografía que el forense en Nueva York mandó por correo. No pudieron volver a tocar su cara por última vez, nadie le lloró mientras recogían su cuerpo en aquel parque al sur del Bronx donde murió. Lo que más les duele, es pensar en sus últimos momentos: solo y sobre el frio concreto, lejos de los cálidos brazos de su hermana Luz. Tal vez, en sus últimos momentos pensó que todo este tiempo que vivió en Estados Unidos, no habían valido la pena. Al final, no fue como lo había imaginado cuando cruzó la frontera cargado de sueños en los años 90s. Jesús fue preso de las adiciones que imperan en aquel país, sumado a la terrible soledad que cala hasta los huesos al regresar todas las noches de trabajar. Estos son los factores propicios que hacen sucumbir hasta al más fuerte. Eso fue lo que vivió don Jesús. Lejos de todo, sin encontrar su espacio, cayó en las garras del alcohol. Él nunca quiso esto para su vida, tan solo fue producto de una serie de malas decisiones que hicieron parecer que ese era el único camino. Puede ser que al final pensó que todo por lo que había luchado fuera una mentira.

El caso de Jesús no es el único. Cada día más cientos de migrantes enfrentan situaciones similares, algunas veces caen en las drogas o en el alcohol. Esto sumado a otros factores como las deudas o los trabajos bien remunerados, hacen que poco a poco las calles sean el último final. Sin embargo, de esto está casi prohibido hablar, pues es dar una mala fama al tan añorado sueño americano. Los gobierno de los países de origen como el de México, jamás lo mencionaran; prefieren seguir difundiendo la nota de que las remesas salvan la economía de nuestro país y que ellos y ellas son nuestros héroes nacionales. No hablan de todo lo que cuestan alcanzar esas remesas. El dolor, cansancio, tristeza y, en muchas de las ocasiones, una gran depresión que solo el trabajo y el alcohol la hacen llevadera, en un país donde no valemos por lo que somos sino por lo que producimos. Disfrutar y sentirse libre, es un lujo que dista mucho de la realidad. Ciudades como Nueva York y Los Ángeles, que al ser santuarios la vida de los sin papeles es un poco más llevadera. No obstante, existen otras regiones de Estados Unidos que todos los días los criminalizan, haciendo que la vida se vuelva más compleja para todas ellas y ellos.

Las cosas se complican cuando se entrelazan otros factor, como las expectativas. Eso lo sabe muy bien la comunidad Totonaca de Filomeno Mata en Veracruz, que han tenido que enterrar a 5 de los suyos en menos de 6 meses. Todos ellos varones indígenas jóvenes que salen de sus hogares con cientos de sueños y haciendo miles de promesas, que van desde una nueva casa hasta conseguir aquel carro que tanto piensan. Muchas de estas ideas son reproducidas por lo que ven en las redes sociales, por otros paisanos de su comunidad que ya están en Estados Unidos. Ellos no saben que todas las personas, tan solo mostramos lo que nos interesa. Dan por hecho que al pisar suelo americano la fortuna y la fama se dará de forma automática. El pago de los préstamos que solicitaron para poder cruzar la frontera se hace impagable, con intereses que llegan hasta 100 por ciento. Lo que hace que las deudas se dupliquen en cuestión de meses. Lo más triste es que los prestamistas son de su misma comunidad. No existe argumento válido para no pagar lo prometido, se vuelve una cuestión de honor. Es por ello, que al encontrarse acorralados y al no contar con un empleo bien remunerado, prefieren desaparecer arrojándose a los vicios y en muchas de las ocasiones con consecuencias fatales como los suicidios.

Al contrario de lo que parece, existen casos de éxitos donde el factor decisivo es el apoyo comunitario. Tal es el caso de San Pablo Güilá en Oaxaca, que en enero de este año se dieron a la tarea de buscar a un vecino de su pueblo. Miguel Hernández, líder comunitario de Queens y fundador del colectivo Raza Zapoteca, recibió la llamada de la señora Juana que le pidió buscar a su hijo Antonio. Ella se enteró por otros paisanos de su pueblo, que su hijo andaba en malos pasos y que en muchas ocasiones dormía en las calles. Doña Juana estaba desesperada. No sabía que más hacer ante esta situación. En su angustia pensó en hablar con la familia de Miguel y pedirle que interviniera. Rebeca, la hermana de Miguel, le comentó lo desesperada que estaba la señora. Le pidió que lo buscará, le recordó lo duro que había sido para él y para sus padres perder a un hijo en la unión americana. Sin mayor reparo Miguel convocó a una reunión urgente de su comunidad que vive en Nueva York. Les explicó la importancia de encontrar a Antonio, pues era su paisano y que ahora era él, pero después pudiera ser cualquier de ellos. Les pidió que pegaran volantes por todo Queens, que preguntaran en los hospitales, las comisarias y en las morgues. Gracias a la ayuda de la esposa de Miguel y de su comunidad dieron con Antonio. Lo encontraron en las calles de Manhattan vagando sin rumbo. Las mujeres de la organización lo acogieron en sus hogares, le dieron de comer, hicieron que se bañaran y le cortaron el pelo. La actitud de Antonio cambió. Se sintió querido y respaldado por su pueblo. Dentro de este lapso de lucidez pensó en quedarse, sin embargo, doña Juana, su madre, se negó. Ella quería a su hijo de vuelta y sabía que si se quedaba en Estados Unidos, Juan podría volver a caer a los vicios. Gracias al trabajo de Miguel y la Raza Zapoteca pudieron revertir el funesto destino que parecía marcado para Antonio. Ellas y ellos son el ejemplo, de cómo la articulación comunitaria puede revertir las consecuencias de la falacias del sueño americano, que ha cuesta y seguirá costando cientos de vidas de mexicanos.


Foto de Matteo Catanese en Unsplash. Imagen ilustrativa.

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