San Pablo Güilá

Por Fabiola Mancilla Castillo

Las calles de Queens en Nueva York se llenan de color y algarabía cada 25 de enero, cuando la comunidad de San Pablo Güilá celebra a su patrono. Este pueblo que se ubica en lo más profundo de los Valles Centrales en Oaxaca, se mantiene firme en sus tradiciones tanto en tierra propia como ajena. La experiencia les hizo saber que la organización comunitaria es la única forma de sobrevivir en un país como Estados Unidos. La fiesta de San Pablo, es una réplica exacta de la que se realiza en su pueblo a miles de kilómetros de distancia, haciendo que se sientan más cerca de sus seres queridos. Esta realidad de conectar dos comunidades la entiende muy bien Miguel, un padre de familia que pertenece al pueblo zapoteco, él es uno de los organizadores comunitarios que ha apostado en mantener reunida a su comunidad. Miguel cree que el secreto está en ayudarse en los momentos más complicados. Él explica que la primera vez que organizaron una fiesta del pueblo en Queens fue para celebrar a la virgen de Guadalupe; menciona que en ese año se dieron cita más de 600 personas. Sin duda alguna esto marcó el inició de la unión del pueblo zapoteco en Nueva York.

Miguel desde muy joven emigró de San Pablo Güilá a la unión americana, hablando mayormente zapoteco y sin entender mucho el español. Todo eso no importaba pues el hambre y la necesidad lo obligó a buscar mejores oportunidades para él y su familia. “En mi caso la pobreza nos hizo salir. Éramos 10 entre hijos e hijas, mis papás trabajaban en el campo y toda la familia vivía en un cuarto de adobe”, relata Miguel cuando le preguntó sobre su infancia. “Estudiar era un lujo, yo comencé a ir a la escuela hasta los 7 años, tan solo llegué a segundo de secundaria. Es por eso que decidí venirme siguiendo a mi hermano mayor. Primero, llegué a Los Ángeles, de ahí nos venimos para Nueva York, pues acá se paga mejor”. La comunidad oaxaqueña cuenta con una gran representatividad en California, existen barrios completos donde la mayor parte de las personas son oriundas de aquel estado, e inclusive han impulsado organizaciones binacionales que son pioneras en incorporar los derechos de los pueblos indígenas en la migración. Es por eso que varias comunidades, incluyendo San Pablo Güila, deciden ir a Los Ángeles como su primer destino.

La falta de oportunidades, una pobreza multidimensional, así como las redes familiares, vuelven al migrar como el único camino para lograr una “mejor vida”. Las comunidades indígenas de México en Estados Unidos han creado diásporas, que están marcando el derrotero en temas como el racismo y la justicia lingüística. Es sorprendente escuchar la facilidad con la que personas de los pueblos indígena domina tres idiomas. Con esto reivindican la lucha que por años han mantenido para ser reconocidos en su tierra. Lo más irónico es que en un país extranjero están abriendo brecha en el reconocimiento de sus derechos, algo que les fue negado en su propio país. La falsa idea de que el pueblo indígena y los nativos americanos estamos separados, se está revirtiendo por las comunidades mexicanas en Estados Unidos. En los últimos años se han dado encuentros de personas indígenas con diversos pueblos en Estados Unidos, donde se han reconocido como iguales pero separados por aquellos que los intentaron someter.

Da gusto ver como la migración más allá de alejarlos de sus raíces los hace volver a ellas, pareciera que al estar en otro contexto los dignifica y les ayuda a quitarse los estigmas que han llevado por siglos. Eso le sucedió a Miguel y a los demás pobladores de San Pablo, que han buscado espacios donde se sientan incluidos, fue así como llegaron a la iglesia presbiteriana de San Pedro en Manhattan. “Conocer al padre Fabián fue suerte, pues se encontraba ayudando a las personas en el mismo hospital en donde mi hermano estaba”, relata Miguel cuando se le pregunta sobre cómo inició su amistad con el padre. “Desde entonces siempre andamos juntos”. El padre Fabián Arias es un sacerdote de la iglesia de San Pedro en Nueva York, has sido un bastión para la comunidad migrante desde hace varios años. Fue uno de los impulsores para que nombraran a esta ciudad como santuario, es decir lugares donde no se persigue a la migración indocumentada. Personas como Fabián han luchado por muchos años, para que pueblos como el de Miguel, no se criminalicen y que respeten sus derechos.

Miguel se emociona al hablar de la fiesta patronal, la mayor parte de la conversación gira en torno a ella. Sin embargo, omite decir todo el esfuerzo que viene detrás de este evento. Durante meses se dedica a ir juntando a las organizaciones zapotecas en Nueva York, les explica la importancia de tener un fondo para repatriar los cuerpos de sus paisanos cuando fallecen. Tampoco menciona lo cansado que es repartir comida cada semana para las personas más desfavorecidas. Miguel se entrega y tiende la mano a todos, porque quisiera que así lo hubieran hecho por su hermano. “Severo falleció muy joven, murió a los 26 años. Por fortuna, no dejó hijos, de lo contrario hubieran sufrido mucho. Él murió de cáncer durante la pandemia”. Miguel explica que la muerte de su hermano le ayudó a entender que necesita vivir y apoyar a más gente para que no sufran lo que ellos. “Fue bien difícil llevar el cuerpo a México, pues cuando estaba el Covid19 no querían llevarlos completos. Los querían quemar y entregarlos en pequeñas cajitas… Así no podía llegar Severio al pueblo, iba a hacer muy duro para mis papás”. En las comunidades indígenas la muerte es muy solemne y es uno de los rituales más sagrados que se pueden tener, es por eso que durante la pandemia fue una gran impresión cuando las cenizas de sus seres queridos llegaban en pequeñas urnas desde Estados Unidos. Esto generó un gran trauma para muchas pueblos indígenas en México y poco se ha hablado sobre esto. Para la familia es muy importante ver el cuerpo de sus seres amados al morir, solo así sabrán que realmente son ellos. A más de dos años de que inició la pandemia muchas personas no han podido cerrar este doloroso capítulo de su vida, pues sienten como si los hubieran matado dos veces.

Miguel y su familia han aprendido que solo luchando y haciendo comunidad encontrarán justicia. Bajo esta premisa le propuso a su amigo, el padre Fabián, que formará parte de un proyecto pionero de reunificación familiar de la comunidad de San Pablo Güilá. Le comentó que muchas familias del pueblo querían volver a ver a sus hijos e hijas que vivían en la unión americana, pero ante lo complejo del trámite de la visa era mejor que una organización como la iglesia les invitara. Después de que Fabián aceptara, decidió hablar con su grupo en Queens y platicarles lo del proyecto. Las familias comentaron sobre la importancia de que el padre Fabián fuera a la comunidad en Oaxaca y que les explicara la situación a sus familiares. Fabián programó su viaje, pues era importante conocer a las madres y padres de las personas que con mucho cariño cuida en Nueva York.

En San Pablo Güilá las familias se preparan para recibirlo, sabían que alguien importante vendría al pueblo. Se corrió el rumor que era amigo del Papa Francisco pues ambos estudiaron en el seminario en Argentina, la comunidad nunca había tenido el honor de recibir a una personalidad de esa envergadura. Prepararon bailes, comidas, así como varias bendiciones de casas construidas por la población migrante en Estados Unidos. A su llegada el padre Fabián no tuvo más palabras que agradecer el hermoso recibimiento que habían tenido. Con gran ilusión les compartió los detalles del Festival de las Culturas que se estaba preparando en Nueva York, con el único objetivo de volver a reunirse con sus hijos. Esta noticia representó alegría e ilusión para los madres y padres, pues algunos de ellos no han vuelto a ver sus hijos e hijas desde hace más de 20 años.

Más de 20 familias se dieron prisa en reunir sus documentos, al revisarlos se percataron de los errores que se presentaban. Desgraciadamente esto es algo común en las comunidades indígenas, pues al no saber leer o escribir están siempre a la merced de jueces o servidores públicos. Sin embargo, a pesar de estos detalles, las familias de San Pablo Güilá tienen la seguridad de que volverán a reencontrarse con los suyos, pues están acostumbrados a luchar por su derechos y a caminar cuesta arriba. Este es un ejemplo de la casta y coraje que tienen los pueblos indígenas en México, pues miran de frente con la cara en alto, llenos de esperanza y con mucha dignidad. Ellos saben que la única manera de vencer las adversidades es hermanando para ir en comunidad.


Foto de www.feepik.es. Imagen ilustrativa.

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